lunes, 5 de abril de 2010

¿ Cuánto tiempo más vamos a perder?

*de un artículo publicado en el diario de avisos recientemente.

La única pregunta  que encuentro sensata en relación con la inestable actualidad del Espacio Cultural el Tanque y su búsqueda de consolidación y protección es: ¿ cuánto tiempo más vamos a perder? Pues es un tema que hace años podría ( y debería ) estar resuelto, ya que tiene los valores necesarios para formar parte oficialmente, extraoficialmente ya lo es, de nuestro patrimonio cultural, y porque cuenta con los apoyos necesarios para ello ( universitarios, culturales, profesionales, y políticos ).
Por tanto, lo ridículo de este artículo –querido Juanma– es que tenga que ser escrito Y requiera de tanta energía la defensa de algo tan fácilmente defendible per se. Ridículo es que algunos utilicen sus limitados o ilimitados espacios de poder para ridiculizar las ideas de los demás en lugar de respetarlas, al menos hasta conocerlas en profundidad, como creo que sería deseable en una sana democracia.
Lo que es ridículo, espero que no te ofendas, es ridiculizar un acuerdo parlamentario adoptado por unanimidad, con lo “cara que está, como tu sabes bien, la unanimidad en Canarias en esta legislatura, solo porque a título personal no se está de acuerdo con ese acuerdo ( aun sin conocer el contenido del mismo, ni los por qué del mismo, porque, estoy segura, de que si los conocieras entenderías el acuerdo y la necesidad de la protección solicitada por el Parlamento).
Lo que es ridículo es que cueste tanto preservar un bien cultural que no debería estar amenazado sino con el grado de protección que, por su propia naturaleza, le corresponde.. Lo que es ridículo es que para afectar/ suprimir este bien cultural se firmen decretos de cierre del mismo de larga duración -casi cinco años- para intentar su ruina, su abandono, olvido y desprestigio, y que tales maniobras calen en personas preparadas como tu, que confunden el abandono del entorno con la monumental silueta y contenido del Tanque.
Lo que es ridículo es que después de 30 años de experiencias en políticas culturales públicas volvamos a caer en lo de siempre: en la falta de respeto y la incomprensión hacia el conocimiento, profesionalidad y formación de los especialistas e investigadores de materias como las de patrimonio histórico y arqueológico. Que volvamos a caer en el error común del todos podemos opinar de Cultura y Arquitectura cuando sabemos que son disciplinas académicas que requieren una formación específica como lo requiere el poder emitir una opinión fundamentada sobre, por ejemplo, un tratamiento médico o un sincotrón que acelera electrones...
Lo que es ridículo es que se ponga en duda la opinión de cientos de catedráticos, profesores y especialistas en historia, arquitectura, cultura y arqueología que defienden la importancia de espacios industriales ya en desuso como parte del nuevo patrimonio cultural de una ciudad.
Lo que es ridículo es que se ridiculice, de paso, la opinión de las entidades consultivas de la Ley Canaria de Patrimonio Histórico, ( como en este caso, las dos Universidades Canarias o la Real Academia de Bellas Artes de San Miguel Arcángel ) a favor, todas ellas, de incoar el espacio cultural el Tanque como BIC y sumarlo al listado de cientos de Bienes de Interés Cultural que existen en Canarias.


Lo que es ridículo es que alguien pueda pensar que la “marginalidad” de la zona urbanísticamente inacabada de Cabo–Llanos se vaya a arreglar “tirando” El Tanque cuando es obvio que ni es el problema de la zona, ni es el único espacio vacío, ni es el único lugar inacabado. Lo que es ridículo es no verlo como oportunidad sino como problema.
Lo que es ridículo, hasta límites casi increíbles, es defender la arquitectura convencional del lugar  antes que a un Tanque con una incuestionable belleza involuntaria, con una colosal silueta y una sensacional realidad espacial, palpable y avalada con premios y reconocimientos de todo tipo.
Lo que es ridículo es defender que son “mejores” todos esos edificios, que cercan al Espacio Cultural El Tanque, de arquitectura insustancial, con que nuestra sociedad de antes de la crisis, contagiada por aquel capitalismo especulativo y desmesurado, llenó de vacuidad estética, dejando escapar así una de las últimas oportunidades que tenía Santa Cruz de lograr coherencia urbana y belleza para sus ciudadanos y para el futuro.
Lo que es ridículo es que mientras el resto de las ciudades de nuestro país, incluso aún en crisis, completan sus espacios de borde, sus viejos límites y sus antiguas zonas industriales con edificios privados singulares ( ¡hasta Hospitalet y Benidorm, no sea que piensen que solo hablo de grandes ciudades! ) que se convierten en nuevos iconos y en los actuales símbolos urbanos preparados para ser usados por la ciudadanía, nosotros hayamos vuelto atrás, como a principios de los años 70, en lugar de apostar por el siglo en el que estamos.
Lo que es ridículo es que la oportunidad de Cabo–Llanos no se haya aprovechado mejor para llenar de esbeltos edificios de contenidos simbólicos y estética sobresaliente y así colmar de riqueza la vida diaria de la gente de nuestra ciudad.
Lo que es ridículo es no pararse y reflexionar que quizá lo único que no sobra allí –por su calidad arquitectónica, por su uso cultural, por su valor testimonial, por su valor como obra de ingeniería que logra el máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo estructural, por su singularidad, por su valor histórico industrial, por su valor artístico, y el de sus contenidos, es, precisamente, el Tanque.
Y es ridícula la obsesión contra el Tanque, obsesión que se ha vuelto -para alguno- destructiva.
Pero sobre todo lo que es ridículo es tener que seguir ocupándose de esto cuando debió resolverse hace años.
Es ridículo que haya tenido que crearse una Asociación de Amigos del Tanque porque la administración pública no sabe realizar su trabajo.
Es ridículo que por tercera vez el expediente de incoación de BIC siga encallado, a pesar de  contar con el visto bueno favorable de la Comisión Insular de Patrimonio Histórico, de la que forman parte la Asociación de propietarios de casas históricas, los Departamentos de Historia y Arqueología de la Universidad de La Laguna, la Academia de las Bellas Artes, el Colegio de Arquitectos, y otros expertos en la materia, y a pesar de contar con los informes favorables de las dos Universidades Canarias y del propio Ministerio de Cultura. Y a pesar de tantas otras cosas que no caben en un artículo de opinión como este.
Ridículo tras ridículo. Pero no un ridículo nuevo, ni sorprendente, ni doloroso, sino el mismo ridículo y tristeza que siento cuando veo la desprotección de las casas de La Noria, de la Casa Amarilla del Puerto de la Cruz, de la Ermita de Regla, del Cine Víctor,  del Teatro Baudet, y de tantas y tantas otras obras de nuestro pasado cultural que se van convirtiendo en ruinas  por el abandono, la falta de rigor y la poca visión de algunos que se empeñan en tener razón en lo que no la tienen, por mucho que insistan en lo contrario.
 Y todo esto es ridículo, y sé que lo es, porque esta incomprensión inicial hacia estos lugares postindustriales de nuestra isla que son de un pasado aún demasiado cercano, y tal vez, por eso, algo opresivo para algunas mentalidades, ya ha tenido lugar en otras muchas ciudades hacia estos lugares desconcertantes, y de belleza extraña, creados inicialmente para cubrir unas necesidades productivas derivadas de una de las grandes revoluciones tecnológicas de la historia de la humanidad.
Y esas ruinas industriales han sido valoradas y estudiadas desde hace muchos muchos años, por grandes arquitectos como Gropius o Le Corbusier que entendieron desde principios del siglo XX la potencia poética de la arquitectura industrial y su monumentalidad inherente y abrumadoramente bella.
Y en esos otros lugares ( como la Cuenca del Ruhr, o Sagunto, o Buffalo, o Asturias o el País Vasco o Río Tinto, esas ruinas industriales, en muchos casos, han ganado la batalla: siguen en pie y ahora son celebradas, la mentalidad de la población ha ido cambiando, los líderes políticos de verdad lo han ido entendiendo, y se valoran hoy con una nueva mirada llena de curiosidadju y fascinación hacia sus inhabituales formas, se perciben como testigos de una realidad en tránsito hacia el futuro que permite leer la historia y el simbolismo del lugar en el que habitamos.
Una realidad que da al ser humano la oportunidad de volver a pensar, de enfrentarse a sí mismo, de imaginar, de ensoñar su futuro a través de los trazos incompletos que ha dejado su pasado, y que le permiten, por un momento al menos, volver la vista a estos espacios de insólita estética llenos de energía latente, espacios de libertad rebosantes de oportunidades. Aprovechémoslas.

Dulce Xerach Pérez
Martes 23 de marzo de 2010.